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  • Foto del escritorBrenda Venegas

Azul. Relatos eróticos 2

Cuando llegué al estudio no tenía en mente nada de lo que pasó. Llegué preguntando por el precio de un tatuaje y cuando apareció él, mi mente voló hasta donde mi ropa interior mojada lo permitió. Yo pedí la cita lo más antes posible exactamente con él y pagué por adelantado obligándome a asistir y quizás, tener más material para una buena fantasía.

Desde hace un año me he pedido arriesgarme a hacer cosas nuevas antes de que sea demasiado vieja. ¿Cuándo seré demasiado vieja?


Me metí al baño a quitarme el pantalón por puro pudor. Me senté frente a él en la silla negra de cuero y, literalmente, me abrí de piernas para que comenzara a rayar. Después de los veinte minutos que duró el tatuaje yo sentía electricidad por todo el cuerpo debido al roce de sus manos y su mirada sobre mis piernas. Y porque lo imaginé, en esa posición, subiendo sus manos lentamente, una en cada pierna, hasta llegar a la entrepierna y tocarme suave pero firmemente. Cuando acabó el tatuaje, me levanté dándole el visto bueno y subí a vestirme. En el baño sólo me imaginaba que él estuviera afuera, listo para irrumpir y cargarme contra la pared. Yo, sin los pantalones puestos, podía aferrarme con mis piernas a sus caderas, y en un minuto, estar listos para hacer la pantaleta a un lado, y comenzar.


Salí, y estaba ahí, preguntando si todo estaba bien. Podía escuchar su respiración agitada. Me ofreció su número de teléfono y salí nerviosa.


Ni muy tarde ni muy temprano volví a contactarlo para un tatuaje. Ésta vez platicamos durante el proceso y me dijo que no debo tomar alcohol, "a menos que me invites", y traté de imaginar todo el potencial de esa frase.

Dos días después del segundo tatuaje le escribí y agendamos una cita para salir a tomar un viernes por la noche.


Cuando lo vi la primera vez, algo en su forma de hablar, de caminar, de ser, de ver, me llamó la atención. No podía dejar de pensar en él mientras me arreglaba para verlo. Pantalón entallado y botas negras, una blusa lencera azul a juego con el color de su cabello. Mis ojos pintados levemente con brillos plateados y delineados de negro, la boca solamente con brillo labial. Amarre mi suéter de la suerte a mi bolsa y salí al encuentro. Lo encontré entre la multitud y nos saludamos cordialmente, pero como si nos conociéramos mucho más allá de un estudio de tatuajes. La plática fue asombrosa, y la chispa que se creó en ese momento me hizo relajarme más y dejarme llevar sin miedo.


Mi corazón quería salir del escote pronunciado que estaba usando y seguía escuchando su respiración cuando se acercaba a hablarme cerquita, por encima del hombro.


Jugamos su juego de acercarse, hablarme al oído, buscarnos los labios mientras hablábamos y, a dos centímetros de distancia, alejarse. Y no imaginas lo mucho que me excitaba la manera en que se estaba dando a desear, o la manera en que estaba intentando calentarme. Con éxito.


Encontramos un lugar cool pero discreto, pedimos un par de cervezas artesanales, y otras más, mientras la sensación de tranquilidad iba aumentando. Platicamos de infinidad de cosas, hablamos de temas personales y hasta de cosas de tatuajes, de mi trabajo y de la vida en general... Caminamos por calles casi desiertas a las 3 de la mañana hasta encontrar un lugar para cenar.


Y un hotel.


Entramos, pagó y tomamos el ascensor para besarnos lo que alcanzaran tres pisos.

Abrimos la puerta y prendimos la luz lentamente, esperando que la tensión bajara un poco. Ha sido hasta que abrimos la puerta de la habitación que nos dimos cuenta de lo que pasaba y entramos en algo parecido a un shock.


Me senté en la mesa de la entrada y él fue al baño. Cuando salió se paró entre la cama y yo, y me hizo señas con sus manos, para que me levantara hacia él. No lo dudé, me avalancé contra él como si no hubiera mañana, lo comencé a besar y a acariciar por la espalda, el cabello, la espalda de nuevo y sus deliciosas nalgas. Lo aventé a la cama boca arriba y me subí sobre él mientras me quitaba la blusa dejándome sólo la ropa interior negra.


Esa noche elegí un brassier negro con tirantes dobles delgados y unas pantaletas negras con transparencias a la cadera, para ese entonces, éstas ya estaban húmedas.


Seguí besando sus labios, su cuello, sus labios de nuevo y su pecho, sus hombros y volví a empezar, con cada beso seguía mojándome más. Él no necesitaba hacer nada aún, porque había hecho ya suficiente toda la noche afuera.


Le quité la playera y seguimos besándonos, me tomó de la cintura y se sentó, acercándonos a la orilla de la cama. Me puse de pie para quitarme el pantalón, él se quedó desnudo en un chasquear y nos propusimos darle rienda a la pasión en la mesa para inaugurar.


Me senté en el filo de la mesa con las piernas bien abiertas para él, se puso el condón y se acercó con tanta precisión que una embestida fue suficiente para entrar al fondo y hacerme gritar.


Podía sentir el calor de nuestros cuerpos chocando en cada embestida, mientras veía sus ojos claros penetrando los míos y acariciaba su cabello.


Me hizo venir un par de veces en esta posición y me bajé frente a él para hacerle un blowjob jugando también con mis manos. Aún puedo recordar su sabor en mi boca...


Nos acostamos en la cama jugando, me besaba el cuello y bajaba, y volvía a subir listo para penetrarme, y jugaba yo también con mis uñas morado metálico en su espalda y pecho.


Rompimos el buró mientras me recargaba en él, y me penetraba por detrás. El ruido del cristal estrellándose en el suelo mientras todo el lugar estaba desierto, me hizo venir de forma brutal. Segundos después se vino también. Me besó entre todo el cabello enredado que ahora traía.


Nos abrazamos, nos besamos, nos contamos cosas, entró al baño y ya no recuerdo más. Al día siguiente el sol salió brillando impresionantemente, recuerdo también la luz entre los edificios grandes destellando en mi cara mientras caminaba tomada de su mano.


Llegué a casa, no sé qué siga. Probablemente un par de tatuajes más, mientras nos besamos. Quisiera muchos días los dos acostados.











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