A veces, cuando Ãbamos camino a cualquier lugar, tomados de la mano, me reÃa de ti porque decÃas que podÃas ver a lo lejos las gotas de lluvia. Y entonces, gracias a tu vista, sabÃamos si llovÃa en nuestro destino.
A veces, cuando tu mano iba en mis piernas, me llenabas de calor el cuerpo. El deseo inundaba el carro y hubo dÃas en que los vidrios empañaron.
La lluvia no nos tocaba.
Yo trataba de mirar detenidamente el cielo, buscando en algún lugar las gotas de lluvia escapándose de las nubes negras, siempre en vano. Y te burlabas de cómo me burlaba de ti. Y me besabas.
Y todo se arreglaba.
Como el dÃa en que nos quedamos un par de horas hablando en el estacionamiento, y entonces me dijiste que ibas a esperar, y que la decisión era mÃa, todo tenÃa que ver con llegar o no llegar. Y lo hice, porque contigo irÃa a cualquier lugar.
Llegué y me esperaste con los brazos abiertos.
Y con los ojos que me enamoraron, con los labios siempre humectados, con las mentiras perfectas de siempre, me besaste.
Ahora, cuando veo nubes negras, me hago el chiste sola y me quedo mirando fijamente, por si algún milagro fuera a suceder.
Y no lo hace.
Pero es muy hermoso saber que asà como las gotas de lluvia lejanas, tan lejanas que no pueden verse, estamos tú y yo.
Empiezo a no entrecerrar los ojos, mi amor, porque no quiero volverte a ver, o a las huellas que dejaste en algún lugar al pasar. Y te vas. Te estás yendo y me gusta.