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  • Foto del escritorBrenda Venegas

TARDE

Tepoztlán fue el inicio del final, recuerdo que nos dijimos que todo cambiaría, y vaya que lo hizo.


Vi tantas cosas en mi cabeza que iban reproduciéndose lentamente con el efecto con el que te encontré ese abril, pero igual ya no sentía tanto, y lo sabías, por eso te fuiste sin decir adiós.


Sé que de otra manera jamás nos hubiéramos dejado, no habríamos podido ser felices de verdad, vivir sin dolores de cabeza.


Desde el tercer día nos lastimamos, nos gritamos y pusimos de excusa el miedo a lo nuestro, y lo intentamos.


Lo intentamos cada vez, no queda duda de que dimos lo que pudimos intentando hacer de ésto algo que valiera la pena.


El vino en la cima del mundo, abrazados y sufriendo el frío.

Aún puedo recordar tus manos calientes cuidándome, tuviste que ser fuerte.

Estaba a tu derecha, como si fuera la elección correcta, como si se tratara de una elección.

Y vimos de frente, borrachos y con música nuestra, el tepozteco, frío y ensordecedor, pudo ser una señal, pero lo recuerdo tan majestuoso que no pensé en que fuera una mala.


Quise estar ahí dentro, perdida en la obscuridad, entre los árboles y los animales, y las historias y los cuentos que se han contado por miles de bocas diferentes y lo hacen tan poderoso.


Sin embargo, estar recostada en tu pecho viendo su total negrura a media noche que ni el mismo cielo podía imitar, era algo supremo.


Un trago tras otro, historias largas de cosas sin importancia, un beso tras otro, hasta que la noche no dió para más.


Bebí de tu ser, Comiste de mi piel, y aún quedan estragos de esas noches llenas de secretos.

Ojalá se hubieran vivido antes de tantos golpes.


Lo intentamos una vez más, haciéndonos creer que estábamos en el principio de algo, y yo caminaba tras de ti, que llevabas prisa por llegar a algún lado, o por terminar de caminar a mi lado.

Y tu hablabas en el baño, en el auto, y yo pensaba en cómo sería si estuviera otro a mi lado.


Él, el de las cartas de despedida, el de las cartas inmensas que sí me daban ganas de escribir, con el que podía hablar de mis fantasías, el que ha estado cuidando cada una de mis lágrimas sólo porque sí.


Tepoztlán fue el inicio del final.

Nuestra despedida.


Y aunque pudo ser mejor, necesitábamos que fuera así.

Probamos un poco de la realidad que no hubiéramos querido vivir y nos dijimos adiós esa tarde.


Fue tarde.



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